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01/02/2025 La Nación - Nota - Política - Pag. 20
Es uno de los puntos más calientes de la frontera, donde se duplicó la presencia policial; secretos y detalles de un negocio millonario
La Carina. El puerto ilegal más precario, en el que conviven la supervivencia, el peligro y el narcotráfico
Texto Diego Cabot | Fotos Javier Corbalán Enviados especiales
AGUAS BLANCAS Carina es la hija de un hombre que tiene una finca única en la frontera norte. De un lado, linda con la ruta 50, que une Aguas Blancas con Orán; del otro, con el río Bermejo. A esa particularidad, que la tienen varias en la zona, se suma otra: el serpenteante curso de agua forma en el lugar un remanso que termina en una playa serena y arenosa, sin piedras. Hay más. El lote queda a unos 500 metros del centro de Aguas Blancas, enfrente de la ciudad de Bermejo y en una zona donde el límite del país prácticamente toca el suelo argentino. Es decir, para llegar hay que navegar en aguas bolivianas. Es un lugar inexpugnable. Tiene una sola entrada, por la ruta, y con solo cerrar la tranquera, cualquier persona o vehículo queda atrapado en el perímetro. Nadie ajeno a la actividad que allí se desarrolla entra al lugar. Aquel hombre decidió honrar a su hija y bautizó esas tierras con su nombre: Finca La Carina. La convirtió en la mujer más famosa de la frontera más caliente que tiene la Argentina. Pese a varios mensajes de desaliento, la nación ingresó al predio más difícil, más temido y rudo que existe en el límite salteño. Es imposible entender el contrabando hormiga, el pase de mercaderías y la alarmante precariedad con la que se gana la vida gran parte de la población que vive en Aguas Blancas y Orán sin conocer La Carina. A pocos kilómetros de ese lugar, sobre la ruta 50, está el mítico Puesto 28. Se trata de un puesto de Gendarmería por el que obligatoriamente tienen que pasar todos los vehículos que unen las dos ciudades. Se trata, además, de un territorio de disputa entre las fuerzas de seguridad y los contrabandistas y los narcos. Es el paso obligado para los vehículos, no para la carga. Unos 500 metros antes de llegar, a mano derecha, hay un playón donde estacionan muchos vehículos. Salen de la ruta y bajan la mercadería que no está permitido pasar. Heladeras, televisores, lavarropas, cocinas, cubiertas o aires acondicionados, por caso, son entregados en esa rudi- mentaría playa de transferencia. En ese lugar sale un camino en medio del monte, como le dicen acá, que circula paralelo a la ruta. A tracción a sangre humana, los pasadores toman aquellos pesadísimos bultos y los cargan sobre su espalda. Y a un trote de paso corto pero constante, pasan cada cosa prohibida por ese primitivo bypass. El auto pasa el Puesto 28 vacío y espera unos 1000 metros más allá. El pasador llega, sube la carga y sigue su viaje. El sacrificado hombre regresa en autos vacíos dispuestos para eso, y baja en la cabecera. Y vuelta a cargar. Tan importante como conocer y ver La Carina es entender este bypass. la nación sobrevoló ese camino paralelo para testimoniar cómo transcurre ese pasaje de marginalidad, sacrificio y también, ilegalidad. La Carina se escucha por todos lados, sea en la Argentina o en Bolivia. Se trata del puerto ilegal más concurrido y precario del país. No hay nada igual, toneladas de mercadería ingresan a diario sin ningún papel y también sin la ayuda de ninguna máquina que soporte el peso. Una epopeya diaria de fuerza, rebusque y supervivencia. Para entrar hay que bajar de la ruta por un lugar arbolado y escondido. Al atravesar la tranquera sale una persona que cobra un peaje por la entrada. La tarifa está ahora en unos $1000. Después, se inicia un camino serpenteante de unos 300 metros que tiene un segundo puesto de peaje, después de pasar dos paredones que se construyeron y que sostienen otro portón de hierro. Otros $1000. A poco de seguir, una pequeña lomada y entonces aparece un monumental despliegue de camionetas de culata al río, enormes paquetes y gente. Mucha gente que desafía la gravedad y carga a brazo partido kilos y kilos de lo que sea. Mucho textil y calzado, en fardos de alrededor de 40 kilos cada uno. Un rato antes, un comprador del otro lado hizo la compra. Pagó en efectivo o con billeteras electrónicas argentinas. Todo es monetariamente posible en Bermejo. En aquellas tiendas del lado boliviano, los comerciantes siempre tienen el mismo eslogan de ventas. "Nosotros vendemos, pero tenemos gente de confianza que pase la mercadería", repiten. El hombre de confianza es un "pasador", que cobra alrededor de $14.000 por "pasar" a la orilla más cercana, en Aguas Blancas. Si el traslado es hasta Orán, donde llegan la mayoría de los tours de compras, ese valor llega a unos $30.000. Ese precio corresponde a "una lona", una especie de enorme bolsa de arpillera plástica, prensada y pesada, que consolida carga de varios y que se traslada a espalda humana. Del lado boliviano no existe ningún bien que no se pueda entregar en la orilla argentina. Da lo mismo una bolsa de medias que una heladera doble puerta. Empieza entonces, el peregrinaje del contrabando, llamado "bagayeo". La primera estación es una playa del lado boliviano. Ahí se consolidan los pedidos que suben a los "gomones", unas balsas construidas con 9 cámaras de rueda de camión sobre la que se agarra una empalizada de cañas. Para cubrirla, una lona azul. Todas las barcazas son misma factoría y "amarran" del lado boliviano. Sin más tracción que la corriente del río, previo a abarrotarlos de una parva de paquetes, cajas y fardos, a los que se suman dos remeros y otro tripulante que se tira al agua y hace las veces de timón, los gomones se desenganchan y van aguas abajo. Navegan y, con la ayuda del remo, salen de la corriente y se meten en las costas de La Carina. Ahí llega todo. En minutos, con una destreza brutal, vacían la barcaza y todo queda en la costa. En ese puerto ilegal parece que todo está permitido, pero no es así. Desde hace un tiempo, el Ministerio de Seguridad, que maneja Patricia Bullrich, instruyó a la Gendarmería dejar efectivos todo el día. Tienen un escáner móvil, una máquina parecida a una vieja cámara Polaroid que un gendarme opera. Apoya el lector infrarrojo sobre el paquete y en una pantalla se dibuja el interior. La búsqueda es de material prohibido. "Nosotros no somos narcos, estamos laburando. No tenemos nada que ver con ese mundo. Nos venimos a ganar el mango", dice uno de ellos. Caras curtidas, cuerpos esforzados. "A los 40 no nos podemos mover, pero no hay otra forma de tener trabajo", balbucea uno de estos trabajadores de la marginalidad, empapado en agua y sudor, un mediodía de calor feroz, después, quizá de haber acarreado ya varias toneladas. La Carina es un frenesí de operación logística a lomo humano. Los gendarmes escanean y los paseros no frenan. Se toleran, ambos hacen su trabajo. Unos buscan droga, hojas de coca, medicamentos o cigarrillos en medio de los despachos. Otros, como dicen, se ganan el mango con lo que pueden. Las camionetas se llenan tanto que casi besan el piso de tanto peso, un verdadero Te- tris de equipaje. Les atan los fardos y las despachan. Lo que viene es ruta 50 y Puesto 28. Y ahí la operatoria se repite, pero a la inversa: tienen que bajar todas esas piezas y pasarlas por otro escáner, este, similar al que se usa para las valijas en los aeropuertos. Así como los barcos del mundo adoptaron la medida del ancho del Canal de Panamá, pues en la frontera norte todo se empaca de tal manera que pueda transitar la cinta de esa máquina, además de que pueda pasar por la puerta de entrada y de salida. Lo que no pasa, por tamaño o por el tipo de producto, ya se quedó en la playa de transferencia y, quizá, ya pasa por el bypass en la espalda de un pasador. Este mundo colorido, esforzado y necesario para la supervivencia de muchos, pero igualmente ilegal, es uno de los problemas del lugar. El otro, claro está, es el pasaje de drogas. Ese es el punto crítico por el cual se montó semejante operativo de fuerzas federales. Es verdad que se ven miembros de la fuerza por todos lados, pero en el verde de esa vegetación de yunga se libra una batalla feroz. "Hay patrullas que se van 48 horas al monte. Con provisiones y sin señal. Intentamos que se acerquen a un lugar una vez por día como para saber que están bien, pero nada más. Salen a interceptar droga", dice uno de los jefes de la Gendarmería de la zona. En Bolivia cuentan que hay sobrestock de droga ya que la ruta "está interferida". Más allá de ocultar alguna pieza de droga en esos fardos, la droga transcurre de noche. Allí entran en juego otros pasadores, llamados "chancheros". Se trata de jóvenes que se tiran al río sobre un fardo de 20 kilos de hojas de coca, embalado con pericia como para que no entre el agua. Flotan, se dejan llevar por la corriente y hacen playa donde ese día les marquen la ruta. Luego, siguen hasta el punto de encuentro, con el atado en la espalda, cruzado con una faja que se colocan en la frente. En cada navegación de "chanchero" está en juego un negocio de un millón de pesos aproximadamente, a razón de 48.000 pesos por kilo de hoja. El punto es que allí sí suelen traer cocaína en su interior. "Que le quede claro una cosa -remarca Adrián Zigarán, interventor de Aguas Blancas-. Esta gente es pobre. Les pagan algo más, pero los utilizan. A veces, ni ellos saben qué traen". Con el fardo al hombro, los "chancheros" trotan por el monte. Sus depredadores son los gendarmes, pero también los "gatos", miembros de otras bandas que aprovechan para robarles la carga en el camino. En esos oscuros lugares se pelea por la carga, pero también por la vida. Hay armas, tiros y enfrentamientos. Desde hace algunos años, el narco encontró en esa frontera el mejor lugar para que la droga baje de Bolivia.»
#12399431 Modificada: 01/02/2025 03:27 |
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